¿Qué divide el juicio salomónico?
Creemos que distingue a la madre verdadera (buena) de aquella mujer (mala) que no lo es.
Dicho así, es un juicio insuficiente para orientar nuestros vínculos. Este criterio tan actual de dividir: acá los buenos y allá los malos. Sin notar que así nos partimos al medio, escindimos lo malo en nosotros.
Sería mejor encontrar, en ese juicio, aquello que nos divide. Como cuando los hijos siendo muy chicos pueden decir “mamá mala”.
Gracias a ese punto de maldad, podemos separarnos de nuestras madres y, entonces, tener vínculos de apego sin pegotearnos (y pegarnos) tanto.
Solo una lectura de moral mal llevada puede hacernos creer que una es madre (es buena) y la otra no (pues es mala).
Más bien conviene que podamos leer ahí el conflicto inherente a la maternidad y su deseo.
El deseo materno es deseo de separación, desde el parto, sino los embarazos serían eternos.
El deseo materno encuentra en la maternidad una fuerte resistencia. Y ninguna mujer que sea madre, puede evitarse ese conflicto entre el deseo de separación y el apego.
Y ese conflicto es una huella que se actualiza en muchas relaciones, no solo aquella entre madre e hijo.
En cada vínculo aparece la pregunta por la capacidad de pérdida y separación que sostiene la medida de nuestro apego.